domingo, 28 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad

Estoy embarazada, susurro en su oído dormido como un grito mudo, él había llegado tarde, cuando ella dormía, ella se marchaba temprano, cuando él dormía, sus rutinas se cruzaban apenas, ambos vivían casi ajenos bajo el mismo techo. Esa era su vida desde que atravesaron de la mano la puerta automática de metal gris, transmitiéndose toda la fuerza que podían, aquella que intentaban alejar del miedo que reflejaban sus ojos, se sonrieron, o eso creyeron, una vez en la calle del nuevo país. No naufragaron, no se precipitaron desde 15 metros, nadie los traficó, no viajaron entre cajas en un carguero de conservas, carbón o basura fabricada, no les recorrió el sudor desde el cogote hasta las piernas, no fue traumático, incluso le ofrecieron un refresco en mitad del vuelo. Del otro lado de la puerta de metal nadie los esperaba, uno descubrió, entre la multitud de luces y caras, un cartel de bienvenida, formal, de un país formal. Abandonaron el aeropuerto descompuestos por la marea de gente y nervios, asustados pero hasta entonces unidos. Sintieron el cambio de temperatura, llegaban de un lugar cálido y agónico, llegaban a un lugar templado y seguro. En un arrugado papel cargaban las instrucciones, los contactos, que les ayudarían a encontrar un trabajo con el que comer y abandonarse, y una pequeña bohardilla donde dormir y exiliarse, el resto era un laberinto de edificios ordenados y palabras.
Él no recordaría aquella confesión, ni la imaginaría jamás, tampoco encontraría signos, ni huella en alguna frase del imaginario diario que ella escribía, pero todo sucedió una noche, fría como todas, de hacía dos meses, después del trabajo se encontraron en un bar cercano a casa, una salida rutinaria, se besaron sin pasión, bebieron las primeras cervezas contándose las nimiedades de la vida laboral, ella no le contó que pensó en los  nenúfares de Monet, y que estos ya no les parecían las obras más hermosas del mundo, él no le contó que suponía que la filosofía de la praxis era la mayor estafa burguesa. Había dedicado toda su vida anterior a recordar conceptos y teorías, a la sobrealimentación intelectual, a ilusionarse, sin imaginar que luego todo eso se convertiría en una pesada carga, no lo necesitaban para limpiar escaleras, ni freír patatas. Discutieron, como siempre últimamente, se insultaron, se odiaron, se culparon en silencio de la soledad que compartían, y finalmente, borrachos, llenos de ira, hicieron el amor, intentando recordar cómo fueron, lo que creyeron, y en que se amaron alguna vez como jamás volverían a hacerlo.
Ella llevaba semanas con nauseas y mareos, en los que no quería pensar, ni informarle, no confiaba en él, no confiaba en ella, pensaba en el mundo que no tenía para ofrecerle a ese hijo, en el tiempo que no tenía, en el amor que no tenía, en el padre a quien no recordaba amar, por eso para él el embarazo solo fue un susurro, aquella misma mañana abortaría, aquella mañana no nacería el Mesías, el hijo de Dios se derramaría sangre entre las piernas de una mujer triste, nadie festejaría 2000 años después el nacimiento del salvador de la humanidad, ellos no serían recordados como una dulce virgen y su fiel artesano. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

Impostor

Todo es tan liviano como gigantes popas de jabón
dentro de este café
pero nunca explotan, para qué,
yo lo miro todo sin entender aún
cual es mi verdadero papel
intento analizar aquello que
simplemente es así
simple
así
es.

TU X SIEMPRE,
grita la pintada del muro
que en realidad es un asiento
desde donde arrojarte al mar,
olvidarte de ti,
despojarte de ti
que en realidad no
o en realdad sí
fui yo

Mis vecinos conversan de sí mismos
en lenguas que alguna vez hablé
y un inmenso sol, el de diciembre,
ilumina,
lo hace todo hermoso
y más descarnado
todavía.

Una vez nací en Argentina,
otra vez en España
pero nunca nací de la nada,
hubo un comienzo, de eso estoy seguro,
aunque alguien se lo inventara, por eso,
y empujado por una pintada,
confieso,
soy mi propio delator y rehén,
alguien me suplantó,
vivió mis historias, una y otra vez,
este mar el primer naufragio,
este poema mi parto,
pero como siempre
se me gasta el papel,
y lo dejaré a medias,
como todas mis vidas,como siempre,
yo por siempre
aunque siempre,
fuese siempre un impostor.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Relato insignificante V

Esta noche la soledad cala los huesos y la memoria se llena de fantasmas, de caras y cuerpos, de sombras que alguna vez fueron reales, aunque esto no tenga nada que ver, o sí, porque la soledad es individual pero la compartimos con todos y ahora todo es tan absurdo. Salir a la calle con la inercia de una sociedad suicida, de millones de personas que se consumen a sí mismo, del trabajo a casa y de casa al trabajo, con la fantasía de no pensar en el paso del tiempo, dejar que este se gaste solo, que se consuma y nos consuma, como debe ser, con el mínimo sufrimiento y con el máximo placer, esperando que salga el sol mañana y alguien anuncie que la batalla de nuestra vida finalmente se posterga un día más, y así sucesivamente, sin gloria ni dolor, sintiendo el aburrimiento como algo necesario. Oh Dios del siglo XXI, los templos se llenan para alabarte, todos compran su boleto diario, para ganar y dejar su absurda vida, y  te rezan cada noche antes de dormirse, sálvanos de este sufrimiento de humanos y cobardes, tenemos tanto que perder, no podemos arriesgarnos, si tuviéramos más, aún más asustados estaríamos de perderlo todo, por eso sálvanos, concédenos la gloria de ser ricos sin trabajar, tal vez entonces la vida tenga un sentido, y en mi esquela se lea fue rico, aunque todos sepan que fuiste un pusilánime más, un bastardo imitador de muecas, un libre pensador planificado, un artista del defecado, un carnívoro impoluto, un bípedo arrodillado, un aguafiestas de tu propia existencia, un músico del estornudo, un animal amaestrado, un consumidor de esperanzas, un héroe del recreo, un maestro del ridículo, el biógrafo de un aborto, el padre de un millón de suspiros, madre de un millón de horas muertas, el protagonista de una mentira, un existencialista de redes sociales, un exfilósofo, un moralista de diván, un provocador de bostezos, un guerrillero de barra de bar, un activista de la siesta, un ya veremos, un orgasmo sin querer, el sexo de látex, la dosificación de pasiones, una oferta de erotismo, un masturbador consuelo, la palabra ESTÚPIDO (en mayúsculas) al lado de la palabra poeta, un tierno anticuado, un pasado privatizado, una memoria de catálogo, un futuro olvidado, un presente utópico, un peor es nada, un boludo alegre, un viernes a las tres de la mañana escuchando los aplausos del reloj por tu oda a la soledad.

Y sigo sin escribir la palabra mierda, con lo bien que suena.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Relato insignificante IV

Querido mio,

te escribo sólo para decirte que no necesito que me llames más, ni que me escribas más cartas, no quiero más palmaditas en la espalda, no preciso el incesante jolgorio de formalismos y consuelos que suenan a felicitaciones. No voy a atender tus peticiones inesperadamente esperadas, ni ese abrazo fantasma que no me diste hace años. Definitivamente no quiero más que los ojos sean dos cuencos vacíos de nostalgia y pena, un reflejo de un niño viajero, ni que este cuaderno sea un diario de viajes inventados, soñados y malditos, nunca realizados, no me supliques fríamente con tus mentiras edulcoradas que me quede, que comparta con quien sea una desconsolada vida infeliz y aquí, que me conforme con una excitante rutina de aprendiz de hombre, y que me repita cada mañana al espejo -qué bien te sienta ese traje de piel- ; aunque no sea mío, aunque tenga que devolverlo alimentado y cuidado en una caja de madera después de hacer el intento de usarlo, por eso, por favor, no me escribas más cartas tan patéticas como esas en que alimentas mi narcisismo de barrio, cuidando siempre la elegancia de las miradas perdidas y con la vida empatada en excusas.

Te pido que te olvides de mí, bórrame, ya te recordaré yo en alguna de mis obras, porque aunque no me creas estoy decidido, no me queda otra, voy a gritarle, a chillarle, a llorar y sufrir este papel, voy a darle hasta el último sentido de mis días, voy a ponerme a soñar como un loco, se me colarán las historias por todos lados, te lo prometo, me sorprenderán con el último silencio de la noche o con la figura descompuesta de una nube en el techo azul, o tal vez las encontraré deambulando en el pasado que hasta este momento lo ha sido todo, no lo sé. Escribiré de ti, serás ese personaje que alguna vez fui, contaré de los miedos que sin duda tengo, pero ya no consiguen paralizarme. Fuiste irremediablemente lo que soy.

Te agradezco tanta protección, tu esfuerzo de leyes, tus tiernos poemas de amor (inventados o no), tu diario desconsolado que ahora arden, tus paseos por ciudades secretas. No todo fue malo, pero ahora me pesas mucho, me ahogas, por eso te despido,  embarco hacia el Sur, a vivir la vida que nunca tendrías.

 Cuídate, vive despacio y tente toda la compasión del mundo.

Hasta siempre.

Transcribo esta carta manuscrita que encontré en un libro insignificante de relatos que compré hace unos días en un rastro, me preocupa que su destinatario no la haya leído nunca.

No tiene fecha, ni está firmada.

domingo, 30 de noviembre de 2014

La plaza

La plaza es un cuadrado perfecto en medio de la ciudad, a partir de ella se desarrolla todo, y por lo tanto todo vuelve allí, no importa que camino elijas, ni el motivo que te lleve a deambular, ni siquiera el remoto tiempo y esfuerzo que gastes, siempre los pasos volverán, intuitivamente, hacia el centro de esta urbe de laberintos. Como en cualquier plaza de este angustiado continente se pasean artesanías y sus artesanos, monjas y sus devotos, las musas y sus poetas, estafadores y estafaos, y así un infinito número de protagonistas cotidianos del ruido de la ciudad. Yo también soy un personaje de esta caótica plaza, aunque en este momento mi paso aún no ha sido sorprendido por el retorno inesperado. Una mañana de hace años, o no hace tanto,  decidí, o me vi obligado a tomar el camino de una de las cuatro esquinas de la plaza en un total de ocho laberintos posibles, ya no recuerdo que camino me sedujo, la ruta elegida carece absolutamente de sentido una vez tomada, lo que es relevante es abandonar la plaza. En esta huida casual no he encontrado nada realmente novedoso, todo lo que he visto, oído o sentido tiene la huella particular de la plaza de la que escapé, sentimiento que es compartido con los innumerables escapistas con los que me he cruzado, a ellos también les provoca una nostalgia insoportable darse cuenta de que las aves del camino cantan las mismas melodías, quizás a un ritmo distinto, lo mismo les ocurre al atardecer, cuando los nubes se encienden con la misma intensidad que en la plaza, quizás no a la misma hora. Por eso el viajero tiene la sensación de que todo lo que le ha llevado a huir de la plaza lo persigue, y que al fin y al cabo no ha encontrado nada que no estuviera ya dentro de él, aun así es incapaz de volver por sus propios medios, tiene que ser la plaza, la ciudad, la tierra, el continente, quien lo recoja cuidadosamente y lo devuelva disimuladamente al lugar de la plaza que le pertenece.

domingo, 23 de noviembre de 2014

El perfume del bosque

Viene una música de muy lejos, aun no distingo sus notas pero conozco bien, una música de sueños en sueños, ya la siento, me envuelve como las nubes a la sierra, es una caricia en esta oscuridad inmensa por la que me dejo atrapar, no quiero abrir los ojos, no quiero que la mansa melodía se aleje de golpe y el silencio sea peor que la niebla, por eso me duermo, me cobijo en un mundo que es sólo mío y de la música, aquí sigo empapado de ella, el piano me dibuja un camino, me lleva por un bosque de hayas con notas blancas y negras, siento la tierra húmeda ensuciar mis pies descalzos, revolotean pajaritos sin color y ardillas grises, está cayendo la tarde opaca, en este paseo sonámbulo creo ser el único habitante de este bosque quebradizo de mediados de octubre, pero sé que no es la primera vez que me adentro en este paraíso particular, creo que alguna vez lo hice acompañado, por eso mi mano aún está caliente de sujetar una mano, como una flor, la huelo con la esperanza de que en este mundo aún exista su fragancia, intento descifrar el misterio, soy más poderoso que mi propio sueño, pero la música aumenta su fuerza y violencia, la orquesta en  crescendo, los violines y violonchelos arremeten contra mi calma, y un viento frío contra mi desnuda piel, es un sueño, me repito, todo acabará con abrir los ojos, pero vuelvo a oler mi mano, glicinas grises desojadas, giro atormentado en esta oscuridad de luna llena, he decidido que caiga la noche y que la única luz que exista sea la que marca el camino en esta persecución de trompetas y oboes, intento correr con las manos unidas para que no se escape el aroma fugitivo, corro ladera arriba, huyo de mi sueño, siento el cansancio en las piernas, mis pies se hunden en un pesado barro y me doy cuenta de que no ha parado de llover, y la orquesta no cesa, empapado, con los antebrazos me quito el pelo de la cara, el tesoro aún está a salvo, no sé cuánto más aguantaré esta carrera por un bosque subconsciente donde me castigo por mantener este perfume, aunque sea dormido, aunque sea agotado.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Relato insignificante III

Comencé a escribir esta historia mucho antes de ser consciente de ella, no pretendía alcanzar la magnitud y sobre todo el delirio en que se ha trasformado y me he visto atrapado, sinceramente pretendía cumplir con mi rutina impuntual de sentarme al escritorio, y bajo una tenue luz artificial contar unos hecho ficticios que sólo tienen lugar en mi mente y a causa de esta soledad. Sorbía poco a poco un té mientras en mi pluma se atropellaban las palabras al salir, fuera pasaba caminando la medianoche y llovía, algo atípico en esta ciudad, aunque lo común en estos momentos es que yo decida y maneje las condiciones a mi antojo. No había encontrado excusas, o no había sabido apreciarlas, para evitar este solitario oficio de inventar historias mínimas, llevaba semanas sin el tiempo ni las ganas suficientes, esta noche me encontraba descansado y en paz, aunque en principio sin una crónica o cuento en mente que narrar, pero de eso han pasado ya varias horas. Al rato de estar enfrentado al blanco papel recordé el mito de Erisictón o Eresictón, quien fue condenado por Deméter, no sin motivos, al hambre perpetuo, a causa de esto tuvo que vender todo lo que poseía para intentar saciar lo insaciable, incluso vendió a su hija, Mestra, varias veces. El caso de Eresictón fue sin duda una de las primeras adicciones documentadas, y en este caso no tuvo desenlace feliz, ya que el protagonista acabó devorándose a sí mismo, como cualquier adicto. El tema de la dependencia no es el que verdaderamente ha preocupado a los interesados por el desgraciado Rey de Tesalia, sino que han debatido, y aun debaten, cuál es el momento exacto de la muerte en el caso del autocanibalismo, algo absurdo ya que todo el mundo sabe que un mito perece cuando su protagonista una vez ha arrancado su corazón, y después de mirarlo con una inesperada ternura no puede reprimirse y comienza a devorarlo, manteniéndose vivo y hambriento hasta el último bocado. El mito de Erisictón me llevó apenas unos minutos en transcribirlo, pero largas horas de documentación, descartar y seleccionar fuentes fiables sobre un tema tan maleable como la mitología mediterránea. Cuando dejé atrás las fantasías de la antigua Grecia y su superfluo estudio me encontré ante el mismo problema que al principio, habían transcurrido incontables horas, no había rastro del té y mucho menos de las excusas, ya a esta hora nadie llamaría, fuera, decidí que seguiría lloviendo, una lluvia leve como no podía ser de otra manera, pero constante, una noche sin estrellas y sobre todo sin viajeros estelares. El problemas de los escritores, reflexioné, hoy en día, es encontrar una historia propia y original, el problema de editoriales, sueldos, necesidades básicas, son siempre problemas derivados del primero y primitivo. Hace años era mucho más fácil, había mucho menos escrito, menos imaginado, haciendo cálculos a la ligera, del cien por cien de la imaginación posible de la humanidad ya se ha utilizado cerca del noventa por ciento, algo escandaloso, por lo que el diez por ciento restante debe repartirse en la cantidad nunca antes contabilizada de seres humanos vivos e imaginantes, pero ese restante sigue siendo desesperadamente incalculable, y así me encuentro encadenado a una imaginación colectiva y consumida de miles de millones, peleando cada centímetro de territorio ficticio, pretendiendo demostrar que no existen cifras ni barómetros, lo ya inventado se puede reinventar, lo soñado se puede imitar, quedan muchos corazones por devorar, y justo cuando aún no es la hora empieza amanecer, y los soles de oriente y occidente me piden permiso para secar las calles que esta noche empapé, les concedo el deseo pero no les prometo no cambiar de opinión, como tampoco prometo abandonar estas páginas a la deriva después de tantas horas de maltrato racional, con lo fácil que hubiese sido escribir el relato de un náufrago y su odisea, pero aunque aquí no hay mar ni tempestad, mi barca se niega a detenerse en ningún punto final, soy empujado por una insignificante brisa de palabras, tachones y renglones, y verdades que me miento, y mentiras que me creo, ya no sé qué oficio darle al autor de lo que escribo, como tampoco sé pedirle a los personajes que sean piadosos con su inexperto creador, no sé o no sabemos, ni el escritor ni yo, dirigirnos al invisible público que se sienta ahí, en lo más oscuro del terreno sombrío de la habitación. Aun no sale el Sol, el de verdad, el que no se deja controlar por la tinta de mi pluma, que por más que suplique; ¡Sol, Sol!, no vendrá a calentarme y a iluminar este relato inconsciente, descontrolado, construido, destruido, mezclado y absurdo, en esta noche de lluvia aún más absurda en el desierto.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Dioses personales

No me preocupa salir de aquí, abandonar este recinto de piel y huesos que el tiempo se encargará de erosionar, me siento cómodo, el cuerpo que aún habito es joven y vigoroso, los otros cuerpos que habité también lo fueron. Muchas noches antes de acostarse, al mirarse al espejo siento como si me estuviera mirando, como si sospechara que existo, aunque él sólo mira el infinito que ocultan sus ojos marrones, yo tiemblo de miedo dentro de él, nunca me habían seducido así unos ojos, por eso me escondo en su inmenso abismo, aunque sé que es imposible, nunca nadie ha visto lo que lleva dentro, aunque él está ahí, frente a su reflejo indagando, incluso puedo sentir las ganas que tiene de gritar, de gritarme, si supiese que existo, ¡sal, cobarde, déjame libre!, pero nunca grita, quizás tenga tanto miedo como yo a una respuesta, en el fondo no tiene elección, exista o no, debo permanecer en este estado un tiempo externamente definido, es él y su cuerpo los que no podrán seguir sin mí. A mí en cambio me han condenado para siempre, un eterno camino. Cuando el cuerpo que ocupo está a punto de morir siento una inmensa pena, siento como un tesoro cultivado durante años se pierde en las profundidades del mar, pero la pena dura apenas un segundo porque ya he vuelto a nacer y a usurpar otro cuerpo y otra mente que descubrirán el mundo, el mismo que yo detesto y que nunca abandonaré. Siento envidia de cómo siendo niños disfrutan de una libertad auténtica y real, vacía de los miedos que irán adquiriendo con cada tropiezo. Me emociona el momento en que descubren el amor, y lo sienten como único, porque sólo ellos tienen esa capacidad, ya que morirán, pero es triste para ellos, aunque intenten ignorarlo, descubrir que sólo hay un amor que se repite una y otra vez, más tarde se convierten en adultos, y si no enloquecen, se enfrentan a este salvaje mundo con intenciones de vencer, y esa lucha incansable dura hasta la muerte. Algunos en su vejez descubren que todo lo que han padecido y gozado ha llegado a su fin, y por tanto ha merecido la pena vivir, ha sido solamente un camino que no volverá a repetirse, han tenido miles de encrucijadas donde desviarse, encontrarse, dejarse, inventarse, sentirse y por último morirse. En el fondo del espejo, en el interior de sus ojos, me veo y me debato, aunque las preguntas para mí no tengan sentido, porque las respuestas que me dé serán inocuas con el tiempo, así me excuso siempre, la falta de límites es mi condena, la eternidad mi cadena, soy un dios pequeño, inmensamente insignificante, los cuerpos que habité fueron emperadores, filósofos, vagabundos o simples buscavidas, y yo siempre fui ese reflejo divino que cada hombre llevó dentro. Yo enterré infinitos tesoros que nunca disfruté.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Sofía

Cuando la conocí ella se balanceaba, su vida era un constante ir y venir, ignoraba absolutamente su quehacer diario. A veces cuando hablaba de sí misma me parecía que hablaba de distintas personas, todas sin ninguna aparente conexión racional, me contaba a veces de su proyecto de instalar un pequeño taller artístico donde además exponer obras suyas y de otros pseudoartístas, como ella los llamaba, minutos más tarde cambiaba de tercio y me contaba su plan de estafar a un banco, y con el dinero exiliarse en algún país donde las mujeres no fuesen tratadas como mercancías, nunca la escuche referirse a ninguno en particular. Lo cierto es que a mí me divertían sus histerias e historias, en mi inmensa inconsciencia de aquellos años, años en los que no recuerdo muy bien de que vivía, seguramente mi padre se disculpaba de sus años de abandono familiar depositando periódicamente una cantidad en mi cuenta, que yo no me preocupaba en rechazar o aceptar, simplemente de vivir de ella, podemos resumir que por aquel entonces mi vida era un oasis en medio de una ciudad que se derrumbaba, no tenía preocupaciones económicas y mucho menos emocionales, supongo que yo también me balanceaba de aquí para allá, y por lo general hacia ninguna parte.
Nos encontrábamos cuando ella quería, veíamos las películas que ella decidía y me dejaba coger de una manera libre, me dejaba llevar, no por dependencia emocional, ni por el hecho de ser ella el único contacto con el universo erótico por aquel entonces, era simplemente porque  no tenía ninguna excusa suficientemente buena para rechazar sus invitaciones, y sinceramente tampoco me preocupaba en buscarla. Los días de lluvia siempre se presentaba en mi casa, empapada y sonriente, me decía que justo pasaba por allí cuando la sorprendió el aguacero, yo, sin embargo, creo que su instinto primitivo la obligaba a deambular bajo la lluvia, una manera de limpiarse o purificarse; luego de que la desvistiera, la secase y le transmitiese un poco de calor empezaba a arremeter contra el mundo, ese feroz machista y misógino que se empeñaba en exterminarlas a todas, luego lloraba un poco y mientras la intentaba consolar, insensato de mí, empezaba a besarme por todo el cuerpo como si tuviera que agradecerme todo aquello que yo desinteresadamente le daba, por un instante intentaba hacerle entender que no era necesario que me agradeciera nada, que ella era mi amiga y los amigos estábamos para eso, pero los besos subían de intensidad  y terminábamos revolcándonos por ese colchón frío sobre el suelo que era mi cama. Así transcurrían las semanas y los meses con una sincronización perfecta basada, obviamente, en sus estados de ánimo, ya que yo por mi cuenta nunca le exigía nada, para mí la vida se desarrollaba de una manera feliz y sin preocupaciones, quien era yo para sumarle incomodidades de tipo formal.
 Mis quehaceres diarios no suponían más de 2 o 3 horas, por lo que el resto del tiempo lo consumía arbitrariamente en deambular por una ciudad paralizada en el tiempo, y la lectura mundana de autores poco conocidos y por lo general mal traducidos, pero no me preocupaba ya que era una simple distracción, siempre a la espera de que ella apareciera mojada y feliz. Algunas noches salía, siempre por invitación de algún compañero de la facultad que se compadecía del chico extranjero en una ciudad inhóspita, yo aceptaba y me dejaba llevar. En esas fiestas conseguía mimetizarme con el ambiente, durante el tiempo suficiente y con la precisa ingesta de alcohol, incluso alguna muchacha se fijaba en mí, tal vez por curiosidad hacia lo nuevo, aunque seguramente por aburrimiento y soledad, lo que nos conducía a una noche torpe y fugaz de sexo, que nunca se extendía más allá de las 9 o 10 de la mañana, cuando ellas, en una mezcla de vergüenza y resaca. abandonaban mi casa, con la intensión de no volver jamás, algo que me aliviaba descomunalmente, ya que me sentía incapaz de compartir algo más con esas muchachas que no fuese aquello que el alcohol nos llevase a hacer. Sin embargo con Sofía tenía un vínculo mayor, que  ella, sospechaba yo, se había preocupado en construir; no recuerdo bien cómo la conocí, suelo pensar que me la presentaron en alguna clase, y ella luego se ocupó en hacernos coincidir otras veces y que esos encuentros engendraran una complicidad o vínculo que le permitieran presentarse en mi casa a la hora que fuese y sin ningún motivo concreto. Una vez me dijo que vivía por la zona sur de la ciudad,  por donde nunca me atreví a pasar, el riachuelo era la frontera de mi paseos, por miedo a encontrarla y conocer algo de ella que ella misma no quisiera que yo supiese, su lugar de trabajo, su encuentro con otro amante, si lo tuviera, por lo tanto nunca me preocupé por saber exactamente donde dormía las noche, que según ella no se refugiaba conmigo, y es que sí, a veces sí lograba que me sintiera su protector, un guardián valiente que se enfrentaba a lo desconocido, porque su miedo para mí era una gran incógnita que nunca averigüé, era un pacto tácito, yo no hacía preguntas y ella no me informaba sobre lo real de su vida, eso hacía que me imaginase mil vidas distintas de ella fuera de aquellas paredes, cualquier detalle despegaba mi imaginación, y aún hoy lo hace, cuando mi vida ya tiene un orden, el balanceo ha cesado, y gasto mis días en criar a mis hijos y amar a mi mujer, imagino qué habrá sido de ella, desapareció de la misma manera que llegó, echo de menos la lluvia que anunciaba su llegada, y sus huidas, creo que la amé, imposible no amar a una mujer que se encontraba segura en mis brazos, aunque no supiese quien era, aunque todo lo que me dijese fuesen fantasías suyas, aunque el único modo que tengo de acordarme de ella sea ficticio. 

domingo, 26 de octubre de 2014

Secretos

Secretos que duermen debajo de tu almohada,
que se esconden en el fondo de un cajón,
secretos que sacás a pasear detrás de una media sonrisa,
secretos que se toman tus cervezas y tiran la botella al mar,
que te hacen la cena o te preparan el desayuno,
secretos que te dejan notas en los apuntes, 
secretos que te esperan en una esquina,
secretos que te enfrían el café,
secretos que toman sol,
secretos que se sientan a tu lado en el autobús y miran por la ventana,
secretos en postales sin color,
secretos de otoño, invierno y verano,
secretos de fines de semanas y de días laborables,
secretos que se desnudan mientras escribo,
secretos que se te olvidan,
que te despeinan,
que se pierden, 
que olvidaste en el bolsillo de un vaquero que pusiste a lavar,
secretos que pateás como piedras por la calle,
secretos que se escuchan despacio y en la oscuridad,
secretos que hablan inglés, alemán y francés,
secretos en pasado, presente y condicional,
secretos que te enseñan a bailar.


domingo, 19 de octubre de 2014

Postales de Atlántida

No soy responsable de esta tormenta de estrellas
no soy cómplice en la lucha celestial
no soy el confidente de amores lunares,
ni en mi oído susurra su nostalgia de luz
no te espero abatido

no soy garante de la sed de besos del desierto
no soy abrigo de las flores en otoño
no soy el detonante de la tempestad de los mares
ni acompaño a Dios en su eterna soledad
no te espero atormentado

pero aquí estoy, con mi pecho abierto,
con mi melancolía violeta,
con mis manos maduras de caricias,
con mi pluma florecida de versos

si te cruzas por mi camino
te enseñaré
las postales de Atlántida en blanco y negro,
que aún conservo

domingo, 12 de octubre de 2014

Mientras todos duermen

La ciudad nos espera
dormida sobre un manto
tranquilo y suave de nubes
somos la nostalgia de un juego de amantes nóveles
inexpertos y hermosos
besándonos
bajo un portal oscuro
donde escondíamos nuestro cofre de tesoros prohibidos,
ese recuerdo nos sonríe
mientras todos duermen
deambulando con locos y prófugos
por las calles mojadas
de una ciudad perdida en una esquina del mar,
cuando sólo buscábamos el abrazo seguro y tierno
de alguien que nos amó

sábado, 4 de octubre de 2014

Dafne

Los demonios engendraron
pánico en mi leve calma
siento el deber de perseguirte y hacer que nazcas
el fruto de este perverso pesar de dorada punta
siento la adrenalina y el sediento camino
pulso, no des tregua a su persecución,
y el infinito temor de no atraparte nunca
no hay descanso en el precipicio
letras y signos desde el que me arrojo
al cansancio inédito de las palabras
escribo en un intento de reconciliarme con el niño
 y su nostalgia
con el futuro carnal de los días de la vida
que aún me queda por vivir y
no he sido capaz de imaginar
a tu lado
no descanso
no respiro
no hay alivio en esta noche corrompida por el alba
la ciudad suspira
y ninguna mujer se atreve a maldecir conmigo
la soledad
noche no te duermas
no dejes que me rinda
dando por perdidas todas mis batallas
entregándome a la agonía del día,
la furia de horas, minutos y segundos
necesito ahogarme en esta tempestad de versos
escondida en mi
no quiero coronarme de mustios laureles.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Relato insignificante II

Hay días que no sale nada, estás una hora con el bolígrafo en la mano y la libreta se convierte en una procesión de tachones, en esos momentos te planteas tu oficio, te levantas de la silla y apagas el ventilador, quizás tu musa tenga frío. Sigues empeñado acuchillando la libreta, con desaliento mueves el bolígrafo, las letras ya no son letras, las palabras se hacen indescifrables, has escrito pero luego al releerlo es cuando tienes que inventarte la historia, o el relato, o lo que sea  que quieras contar. Quizás un momento antes de releerlo ves el fragmento de una película, y  todo ese tránsito de caracteres enigmáticos son ahora parte del argumento de la película, o tal vez te atrapa la melancolía y recuerdas tu niñez, y las palabras que crees leer describen un paisaje perdido en el tiempo, de tu viejo barrio, allá al otro lado del mundo, o simplemente en ese momento no pienses en nada, y lo que has escrito sigue siendo el relato de las horas perdidas buscando una historia, una historia que sientes que está ahí dentro pero que no consigues sacar, te esfuerzas, te decepcionas, rompes el papel, ese indefenso parásito que acuchillas con un bolígrafo negro, lo maldices, le hechas la culpa a las cervezas que te tomaste antes de sentarte a escribir, luego piensas en Poe, habré bebido lo suficiente, luego te arrepientes de haber nombrado a Poe, pero lo has vuelto a hacer, y crees que es mejor empezar a tachar, pero la vista se desvía hacia un montículo de monedas que hay sobre el escritorio, las cuentas, al instante olvidas cuánto dinero era, y de que llevas mucho tiempo escribiendo sin parar. Escribes, FIN, y lanzas el bolígrafo contra el montón inexacto de monedas no cuantificadas.

lunes, 15 de septiembre de 2014

El Condenado

Siempre creyó que su muerte sería instantánea, indolora y suave, que en algún momento de su vejez se acabaría la arena de su reloj, después de haber vivido tanto. La situación era otra, se encontraba en el corredor de la muerte, en su sala de espera, donde las horas no pasan, donde la soledad y la muerte están tan presentes que incrementan su nostalgia, y ésta a su vez la imaginación. Se dejaba llevar y paseaba siendo un anciano por los campos de cultivo que descubrió siendo niño, se alejaba de las casas en compañía de un perro tan viejo y gastado como él,  disfrutaba de la música del campo, de la brisa de verano con la confianza que da toda una vida vivida. Imaginaba ese viejo que sería, lo veía de lejos pasear con su perro, y otras veces lo encontraba sentado en la antigua estación, por donde ya no pasan trenes ni viajeros,  reunía el coraje de acercarse al viejo, acariciándole el lomo al perro le preguntaba quién era, y cuando el viejo respondía, un hombre lloraba en una celda escuchando como el viejo decía su mismo nombre, y la edad ya no le importaba porque el tiempo hace tiempo dejó de importar, el hombre profundamente triste, le pedía al viejo que le contase cómo había sido su vida, pero éste que conoce el lenguaje del silencio sonríe, y el hombre de la sala de espera entiende que el viejo ha sido feliz, ha sabido gastar cada gramo de la arena de su reloj con honor, y  ahora sólo desea, una noche cualquiera, dormirse tan profundamente que ya jamás vuelva a despertar. Por eso el condenado reza cada noche una oración por la muerte del viejo que nunca será.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Madre Poema

Poema de madrugada
que esperas a tu descarrilado poeta
en vela,
le muestras el camino
con luces que parpadean en la niebla,
lo esperas, madre poema,
para consolarlo
porque vuelve perdido,
y tu abrazo le merma su rabia,
y tu paz de madrugada lo acompaña
hasta el alba
o hasta que cae dormido, y su alma
de hombre alado descansa.

Madre poema,
que conoces a tus hijos enséñales,
dale experiencias y misterios,
secretos y verdades,
dale sueños,
y un incendio en las entrañas que los haga vivir.

domingo, 31 de agosto de 2014

Relato insignificante

Hay un pedazo de cielo gris pegado al cristal de la ventana, un cielo inmóvil, petrificado, frío, y de igual color han tornado sus ojos, recién salidos de un letargo suave y que ha sentido como infinito. Sólo hay en sus ojos un pedazo de cielo gris, y el marco blanco que encuadra la acuarela gris del cielo. Hay un hombre joven sobre un sofá negro de una blanca habitación abuhardillada, donde hay una ventana en la que ahora está dibujado un pedazo gris de un cielo petrificado, y también hay un libro junto al cuerpo del hombre joven, y otras insignificantes cosas de la vida cotidiana, pero ha sido el libro el que ha adormecido al joven, quien ahora ha despertado y mira el cuadro del cielo gris. El hombre joven adormilado piensa pausado, como si estuviera dictando, o dictándose a sí mismo sus pensamientos, aunque él no piensa en sí mismo,  más bien su pensamiento es un relato para él.  Y relata lo que ve, y ve a un hombre joven sobre un sofá negro en una habitación abuhardillada, donde hay una ventana en la que se dibuja un cielo gris. Trata de acentuar en su relato los ínfimos detalles que en su mente adormilada parecen importantes, porque sabe que de su relato nadie está tomando nota, tendrá que esperar a que el hombre joven del sofá consiga vencer la pintura gris que ha petrificado sus ojos y su cuerpo, y cuando lo consiga, cuando ese cuerpo se desprenda del sofá negro, y sus movimientos lo lleve a otra habitación, no blanca, no abuhardillada, y por fin sus ojos tornen suyos otra vez y no del infinito gris, será el único capaz de escribir el insignificante relato que alguien dictaba en su cabeza.

domingo, 19 de enero de 2014

Despertador Bolaño

Son las 6 de la mañana y me despierta el conjuro de una habitación helada, el murmullo de la lluvia de invierno en el desierto y el tormento de la literatura póstuma de Bolaño, o sólo eran ganas de mear y ahí acaba todo. Pero la cuestión es que no puedo dormir y siento  mi corazón vibrar con furia, sabe que está vivo y tal vez ha conocido su destino, nuestro destino, por eso no me deja dormir y me obliga a pensar y escribir.
Late pleno de adrenalina, como lo que siente un perturbado, un enfermo al matar, asfixiando contra su pecho a la víctima, para luego acariciarle el pelo, en un gesto que parece tierno, tiernamente atroz.
Late como el corazón de un Dios, que crea, dispone y ejecuta a su antojo. En el corazón de ese Dios viven y mueren todos los seres que con su infinita piedad fueron creados.
O más bien late como el corazón podrido de un escritor, de un poeta, quien sediento de divinidad juega a ser Dios, y decide sobre la dicha de sus bastardos personajes.
Así me despierto a las 6 de la mañana con ese temblor en el pecho de destruir cualquier mundo paralelo, uno de hormigas atrapadas en la imaginación maligna de un niño.
Bolaño me habló en sueños, y me sentí responsable de su obra, que no me pertenece o sí, porque él ya está en el Olimpo, con tantos otros y su obra es expropiada por la humanidad para su gozo; un placer infinito escritas en páginas finitas, las cuales sólo la muerte tuvo el valor de culminar.
Roberto me habló de cómo le temblaba el pecho al escribir, del poder infinito que tenían sus dedos, de cómo el bolígrafo tiene la capacidad de parir a tantos hijos como miles de madres, cómo la tinta puede ahogar a los hombres como un mar, cómo una pluma puede desnudar y amar a tantas mujeres, cómo puede enfermar y finalmente morir.
Nada es real, pero existe, una existencia cruda y absurda. Es necesario encerrarse en la libertad de un cuaderno en blanco para disponer de lo bello y lo atroz que late en tu convulso corazón.

Me desperté a las 6 de la mañana y quizás ya nunca vuelva a dormir.

lunes, 6 de enero de 2014

Fe

Caminar despacio por un parque, una ciudad, por un bosque helado, pasear junto al sol tibio de Enero entre pinos, o descalzarse y sentir la arena y la espuma de un mar desconocido, enfrentarse a algo como si no fuese nadie, mirar al fondo para encontrar algo, tal vez alguien portando algo, diminuto que no valga nada pero signifique tanto, que tenga quizás unos labios, que tal vez escondan la sonrisa más bella que jamás verás, cargada de besos que sólo existen en tus sueños, pero que jamás verás, porque sólo caminas despacio, sin saber a dónde, ni porqué.