domingo, 19 de enero de 2014

Despertador Bolaño

Son las 6 de la mañana y me despierta el conjuro de una habitación helada, el murmullo de la lluvia de invierno en el desierto y el tormento de la literatura póstuma de Bolaño, o sólo eran ganas de mear y ahí acaba todo. Pero la cuestión es que no puedo dormir y siento  mi corazón vibrar con furia, sabe que está vivo y tal vez ha conocido su destino, nuestro destino, por eso no me deja dormir y me obliga a pensar y escribir.
Late pleno de adrenalina, como lo que siente un perturbado, un enfermo al matar, asfixiando contra su pecho a la víctima, para luego acariciarle el pelo, en un gesto que parece tierno, tiernamente atroz.
Late como el corazón de un Dios, que crea, dispone y ejecuta a su antojo. En el corazón de ese Dios viven y mueren todos los seres que con su infinita piedad fueron creados.
O más bien late como el corazón podrido de un escritor, de un poeta, quien sediento de divinidad juega a ser Dios, y decide sobre la dicha de sus bastardos personajes.
Así me despierto a las 6 de la mañana con ese temblor en el pecho de destruir cualquier mundo paralelo, uno de hormigas atrapadas en la imaginación maligna de un niño.
Bolaño me habló en sueños, y me sentí responsable de su obra, que no me pertenece o sí, porque él ya está en el Olimpo, con tantos otros y su obra es expropiada por la humanidad para su gozo; un placer infinito escritas en páginas finitas, las cuales sólo la muerte tuvo el valor de culminar.
Roberto me habló de cómo le temblaba el pecho al escribir, del poder infinito que tenían sus dedos, de cómo el bolígrafo tiene la capacidad de parir a tantos hijos como miles de madres, cómo la tinta puede ahogar a los hombres como un mar, cómo una pluma puede desnudar y amar a tantas mujeres, cómo puede enfermar y finalmente morir.
Nada es real, pero existe, una existencia cruda y absurda. Es necesario encerrarse en la libertad de un cuaderno en blanco para disponer de lo bello y lo atroz que late en tu convulso corazón.

Me desperté a las 6 de la mañana y quizás ya nunca vuelva a dormir.

lunes, 6 de enero de 2014

Fe

Caminar despacio por un parque, una ciudad, por un bosque helado, pasear junto al sol tibio de Enero entre pinos, o descalzarse y sentir la arena y la espuma de un mar desconocido, enfrentarse a algo como si no fuese nadie, mirar al fondo para encontrar algo, tal vez alguien portando algo, diminuto que no valga nada pero signifique tanto, que tenga quizás unos labios, que tal vez escondan la sonrisa más bella que jamás verás, cargada de besos que sólo existen en tus sueños, pero que jamás verás, porque sólo caminas despacio, sin saber a dónde, ni porqué.