domingo, 21 de septiembre de 2014

Relato insignificante II

Hay días que no sale nada, estás una hora con el bolígrafo en la mano y la libreta se convierte en una procesión de tachones, en esos momentos te planteas tu oficio, te levantas de la silla y apagas el ventilador, quizás tu musa tenga frío. Sigues empeñado acuchillando la libreta, con desaliento mueves el bolígrafo, las letras ya no son letras, las palabras se hacen indescifrables, has escrito pero luego al releerlo es cuando tienes que inventarte la historia, o el relato, o lo que sea  que quieras contar. Quizás un momento antes de releerlo ves el fragmento de una película, y  todo ese tránsito de caracteres enigmáticos son ahora parte del argumento de la película, o tal vez te atrapa la melancolía y recuerdas tu niñez, y las palabras que crees leer describen un paisaje perdido en el tiempo, de tu viejo barrio, allá al otro lado del mundo, o simplemente en ese momento no pienses en nada, y lo que has escrito sigue siendo el relato de las horas perdidas buscando una historia, una historia que sientes que está ahí dentro pero que no consigues sacar, te esfuerzas, te decepcionas, rompes el papel, ese indefenso parásito que acuchillas con un bolígrafo negro, lo maldices, le hechas la culpa a las cervezas que te tomaste antes de sentarte a escribir, luego piensas en Poe, habré bebido lo suficiente, luego te arrepientes de haber nombrado a Poe, pero lo has vuelto a hacer, y crees que es mejor empezar a tachar, pero la vista se desvía hacia un montículo de monedas que hay sobre el escritorio, las cuentas, al instante olvidas cuánto dinero era, y de que llevas mucho tiempo escribiendo sin parar. Escribes, FIN, y lanzas el bolígrafo contra el montón inexacto de monedas no cuantificadas.

lunes, 15 de septiembre de 2014

El Condenado

Siempre creyó que su muerte sería instantánea, indolora y suave, que en algún momento de su vejez se acabaría la arena de su reloj, después de haber vivido tanto. La situación era otra, se encontraba en el corredor de la muerte, en su sala de espera, donde las horas no pasan, donde la soledad y la muerte están tan presentes que incrementan su nostalgia, y ésta a su vez la imaginación. Se dejaba llevar y paseaba siendo un anciano por los campos de cultivo que descubrió siendo niño, se alejaba de las casas en compañía de un perro tan viejo y gastado como él,  disfrutaba de la música del campo, de la brisa de verano con la confianza que da toda una vida vivida. Imaginaba ese viejo que sería, lo veía de lejos pasear con su perro, y otras veces lo encontraba sentado en la antigua estación, por donde ya no pasan trenes ni viajeros,  reunía el coraje de acercarse al viejo, acariciándole el lomo al perro le preguntaba quién era, y cuando el viejo respondía, un hombre lloraba en una celda escuchando como el viejo decía su mismo nombre, y la edad ya no le importaba porque el tiempo hace tiempo dejó de importar, el hombre profundamente triste, le pedía al viejo que le contase cómo había sido su vida, pero éste que conoce el lenguaje del silencio sonríe, y el hombre de la sala de espera entiende que el viejo ha sido feliz, ha sabido gastar cada gramo de la arena de su reloj con honor, y  ahora sólo desea, una noche cualquiera, dormirse tan profundamente que ya jamás vuelva a despertar. Por eso el condenado reza cada noche una oración por la muerte del viejo que nunca será.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Madre Poema

Poema de madrugada
que esperas a tu descarrilado poeta
en vela,
le muestras el camino
con luces que parpadean en la niebla,
lo esperas, madre poema,
para consolarlo
porque vuelve perdido,
y tu abrazo le merma su rabia,
y tu paz de madrugada lo acompaña
hasta el alba
o hasta que cae dormido, y su alma
de hombre alado descansa.

Madre poema,
que conoces a tus hijos enséñales,
dale experiencias y misterios,
secretos y verdades,
dale sueños,
y un incendio en las entrañas que los haga vivir.