domingo, 14 de febrero de 2016

II

El eco de dos copas perturbó el silencio que acariciaba sus manos  
y brindaron
casi por nada.

un abismo bajo el puente de cartón
y afuera llovía
por última vez.

desde la ventana la ciudad sería eterna
y sonriendo
mojaron sus máscaras.

dos cuerpos sobre la misma cama
susurrando
letanías

domingo, 7 de febrero de 2016

Por una cabeza

La universidad recibe cada año cientos de estudiantes de otros países, y a su vez envía estudiantes a otras universidades; pero lo cierto es que la universidad es solo una excusa, no suelen asistir con regularidad a clase, les preocupan otras cosas, ya sabe, viajar por el país, hacer fiestas, conocer gente, aprender idiomas… Los profesores solemos aprobarlos si muestran un mínimo de interés, si se presentan a los exámenes, por lo menos. Como tutor suyo me interesé por su situación en la ciudad, me dijo que se encontraba a gusto, que le gustaba pasear de noche por la ciudad, claro que le advertí que evitase ciertos barrios.

Me pagó 6 meses por adelantado, por eso consiguió que le rebajase un poco el alquiler, no suelo dar el brazo a torcer con ese tema. Llegó directamente con la maleta, me dijo que estaría hasta verano en la ciudad, que estudiaba en la universidad, pero también trabajaba para un periódico en internet. Me pareció buen muchacho, aunque no hablaba perfectamente el idioma, sabía ser educado.

Venía de vez en cuando por aquí, nunca supe su nombre, siempre saludaba, pedía un café con leche y se sentaba en aquella mesa junto a la ventana. Solía estar una hora, hora y media, siempre volvía media taza de café frío. Escribía o leía, se olvidaba de todo, no sé cómo lo conseguía, a pesar del ruido no levantaba la cabeza del cuaderno, salvo para mirar por la ventana. Recuerdo que esa tarde no vino solo, lo acompañaba una muchacha morena con el pelo muy largo, ella se marchó antes que él. En algún momento me pareció ver como se acariciaban las manos, me alegré por el muchacho, pero ahora creo que fue más bien una despedida.

Sus profesores me han comentado que sí lo habían visto en clase, que iba frecuentemente, pero coincidían en que parecía distraído, siempre mirando por la ventana, lo cierto es que las vistas de la ciudad desde la facultad son maravillosas. Ahora que lo pienso, recuerdo que una vez lo saludé por el jardín de la facultad, y estaba acompañado de una muchacha, puede ser la de foto. No entiendo que pudo haber pasado, no creo que vuelvan a enviar estudiantes de su universidad.

Cuando entramos al departamento, una corriente de aire hizo volar los papeles de la mesa, por eso fui corriendo a cerrar el ventanal del balcón, pero el otro policía me gritó que no tocase nada, le respondí que esa no eran formas de hablar a una señora. Me pareció que todo estaba en su sitio, quizás algo más sucio, algunos platos en el fregadero, la cama sin hacer, algo de polvo en los muebles, pero nada que no haya visto en otros inquilinos de la misma edad, los jóvenes tienen poco cuidado con esas cosas. Lo que más les llamó la atención a sus compañeros fueron los cuadernos manuscritos, unos 6, pero entre la caligrafía y el idioma no pudimos entender nada. También me preguntaron por la pila de libros junto a la cama, casi 20, desparramados por el suelo. Creo que fue ojeando uno donde encontraron la foto del chico con una muchacha. Tenía pensado llamarlo esta semana, aun le quedaba medio mes de alquiler.

Esa noche había sido tranquila, sí, está bien para ser un martes de enero, pero con este tiempo tan loco, casi 20 grados, miré, la gente se anima  a tomarse una  cerveza antes de volver a casa, pero esa noche no, por eso salí a recoger las mesas más temprano, serían las once. La chica que me ayuda en la barra, trabaja por horas, sabe, si no hay trabajo pierdo dinero, eso de los brotes verdes es tan relativo. Sí, estaba recogiendo las mesas de fuera cuando una mujer pegó un alarido, iba a decirle algo cuando vi que señalaba al cielo, apena vi algo antes de escuchar aquel ruido seco.

lunes, 1 de febrero de 2016

Garúa

     Acarició su cuerpo débilmente, temblando, tocó con la punta de sus dedos la piel tensa y fina, rozó su brazo izquierdo, siguiendo la línea de las venas de los antebrazos, aún hinchadas, deslizó sus manos por el abdomen, subió por el centro hasta alcanzar unos pequeños y blandos pechos, sintió el pezón izquierdo aún húmedo de su saliva, besó los muslos flacos y apoyando su cabeza sobre el pubis ennegrecido por el vello incipiente, sintió como una lágrima descendía por el costado de su cara y mojaba un cuerpo cada vez más frío. Tenía los ojos grandes, cerrados, le acarició la frente, besó su boca entreabierta con sabor a humo, continuó arrastrando sus labios por las mejillas anguladas, le susurró al oído, no te mueras, desesperado, pidió perdón, derrotado. Se recostó al lado del cadáver desnudo de la mujer que acababa de amar. Eran más de las dos de la tarde de un domingo nublado de octubre. La luz entraba por una estrecha ventana, resaltando el blanco impoluto de las paredes y las sábanas. Miraba su cuerpo en silencio, imaginando que dormía, pensando en los sueños que podría tener, como aquel que una vez le contó. Había soñado que caminaba sola por un bosque de hayas enormes, miraba a su alrededor, atenta a cualquier sonido, los pájaros y las ardillas hacían crujir las hojas y las ramas secas, tenía miedo, pero la empujaba el inconsciente valor, era apenas una niña y su padre la había mandado a recoger frutos rojos, pero se había alejado más de la cuenta y se había perdido por caminos que se bifurcaban, oscurecía y los pájaros callaban progresivamente, comenzó a gritar por su padre y a llorar, desesperada empezó a correr perseguida por las sombras, hasta que anocheció completamente, y en aquella oscuridad absoluta, aterrada, sintió como unas manos empezaban a tocarla, ella intentaba defenderse, zafarse, pero las manos eran grandes y más fuertes que ella, la vencían y su cuerpo se convertía en un objeto en medio de la sombra de dos hombres que la denudaban y lamian. Luego despertó asustada y húmeda. Se lo había contado en esa misma cama, desnuda y poderosa, mientras fumaba, él la escuchaba siempre intentado descifrar el verdadero mensaje de sus palabras, de sus actos, sabiendo que lo provocaba, dudando si había sido o no un sueño. Aquel delicado cuerpo escondía cientos de secretos que eran revelados después de hacer el amor. Ahora estaba muerta y todas las historias eran mentira, y todo el sexo había sido una ilusión de algo más perecido a la desesperación que al amor.

Se había quedado dormido con una mano sobre el cuerpo, ya helado. El ángulo perfecto de la luz dividía en dos mitades exactas el cadáver, pensó que le habría bastado con menos, se excitó, la recordó hermosa y enigmática. Había conseguido seducirlo cada noche, enloquecerlo con sus gestos precisos y tiernos, con las palabras que brotaban sensuales de sus labios, supo convencerlo de su tristeza, de su necesidad, de su deseo. Recordó la sinfonía sus cuerpos. “Conjugas todos mis pecados, provocas todas mis locuras”, le había escrito una madrugada antes de marcharse y dejarla dormida, ahora hubiese escrito: “Eres todas las mujeres que quise amar”. Se vistió mirándola, siendo consciente de todo el dolor que sentiría, beso sus gélidos labios por última vez y se marchó dejándola donde siempre había estado, entre la luz y las sombras. En el salón flotaba aún el humo y el vapor del vino de las copas que habían dejado casi al alba, recordándole la resaca que cargaba. Salió del departamento, desde la ventana de las escaleras miró la ciudad incendiada de luces naranjas, las campanas de la catedral retumbaron nueve veces en sus tímpanos. Con los pies en la calle, un vendaval de realidad le agitó el pulso, hundió su cabeza entre los hombros, caminó unos veinte pasos antes de darse cuenta de la fina lluvia que caía.