Hay un pedazo de cielo
gris pegado al cristal de la ventana, un cielo inmóvil, petrificado, frío, y de
igual color han tornado sus ojos, recién salidos de un letargo suave y que ha
sentido como infinito. Sólo hay en sus ojos un pedazo de cielo gris, y el marco
blanco que encuadra la acuarela gris del cielo. Hay un hombre joven sobre un
sofá negro de una blanca habitación abuhardillada, donde hay una ventana en la
que ahora está dibujado un pedazo gris de un cielo petrificado, y también hay
un libro junto al cuerpo del hombre joven, y otras insignificantes cosas de la
vida cotidiana, pero ha sido el libro el que ha adormecido al joven, quien
ahora ha despertado y mira el cuadro del cielo gris. El hombre joven adormilado
piensa pausado, como si estuviera dictando, o dictándose a sí mismo sus
pensamientos, aunque él no piensa en sí mismo, más bien su pensamiento es un relato para él. Y relata lo que ve, y ve a un hombre joven
sobre un sofá negro en una habitación abuhardillada, donde hay una ventana en la
que se dibuja un cielo gris. Trata de acentuar en su relato los ínfimos
detalles que en su mente adormilada parecen importantes, porque sabe que de su
relato nadie está tomando nota, tendrá que esperar a que el hombre joven del
sofá consiga vencer la pintura gris que ha petrificado sus ojos y su cuerpo, y
cuando lo consiga, cuando ese cuerpo se desprenda del sofá negro, y sus
movimientos lo lleve a otra habitación, no blanca, no abuhardillada, y por fin
sus ojos tornen suyos otra vez y no del infinito gris, será el único capaz de
escribir el insignificante relato que alguien dictaba en su cabeza.