domingo, 5 de abril de 2015

Relato insignificante VI

Desconozco que pasó después, todo lo que sé es que llegó corriendo, asfixiado, tuvo que esperar unos segundos para recuperar la voz, nosotros lo escuchamos con cierta expectación, parecía traer un mensaje importante, había golpeado con fuerza las puertas a las 3 de la madrugada. Pero no, sólo preguntó dónde estaba y hacía cuánto se había marchado. Llegaba 2 días tardes y nadie sabría adivinar dónde podría estar. Alejandra nunca nos lo dijo, creo que tampoco nadie se lo pregunto. Todos dábamos por hecho que se marcharía, aunque después de lo ocurrido permaneció dos semanas más con nosotros (tal vez esperándolo); pero todos en casa dejamos de sentirla, y la entendíamos, por eso nadie intentaba sacarle palabras que ella no quisiera entregarnos , ni gestos, ni miradas que ya no nos pertenecían, que ya no le pertenecían a este mundo.
Manuel había corrido más de 2 kilómetros, desde un departamento donde permanecía escondido desde hacía  más de 3 meses, atravesó toda la ciudad, que ya no era una ciudad sino una mezcla de escombros y sombras. Acababa de enterarse, o simplemente soñó o sintió lo que había pasado, hay personas que pueden hacer eso, aunque en este caso el mensaje había llegado demasiado tarde. No nos pidió más detalles de ella, no nos preguntó qué había hecho después, o si habíamos intentado ayudarla de alguna manera. No le interesaban nuestras ajenas reacciones u opiniones, mucho menos nuestro consuelo, que seguro consideraba inútil o falso, y lo entendíamos. Alejandra había violado todos los códigos, todas las reglas, y eso en este mundo nunca queda impune, aunque ella tal vez nunca llegase a comprender las razones.
No dijo ni siquiera adiós, todos la vimos en silencio bajar la escalera, tuvo un último aliento de valor para mirarnos a los ojos (me impresionaron sus ojos, estaban huecos, casi ciegos), intentaba decirnos algo que, supongo, ni en un millón de un años entenderíamos, y sin embargo para ella era obvio, absoluto. Cargaba una mochila donde llevaba algo de ropa y todas las pruebas de su crimen. Desde el primer momento supo que todo aquello sería su condena, aunque nunca imaginó la gravedad de las consecuencias. Todo aquello que pasaría y que conseguiría, por fin, borrarle esa estúpida sonrisa de la cara. En la puerta sujetando el pomo se detuvo más de la cuenta, fue incapaz de decirnos aquello que hubiese gritado, suspiró y salió.

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