Hay días que no sale
nada, estás una hora con el bolígrafo en la mano y la libreta se convierte en
una procesión de tachones, en esos momentos te planteas tu oficio, te levantas
de la silla y apagas el ventilador, quizás tu musa tenga frío. Sigues empeñado
acuchillando la libreta, con desaliento mueves el bolígrafo, las letras ya no
son letras, las palabras se hacen indescifrables, has escrito pero luego al releerlo
es cuando tienes que inventarte la historia, o el relato, o lo que sea que quieras
contar. Quizás un momento antes de releerlo ves el fragmento de una película, y todo ese tránsito de caracteres enigmáticos son ahora parte del
argumento de la película, o tal vez te atrapa la melancolía y recuerdas tu
niñez, y las palabras que crees leer describen un paisaje perdido en el tiempo, de tu viejo barrio, allá al otro lado del mundo, o simplemente en ese momento
no pienses en nada, y lo que has escrito sigue siendo el relato de las horas
perdidas buscando una historia, una historia que sientes que está ahí dentro
pero que no consigues sacar, te esfuerzas, te decepcionas, rompes el papel, ese
indefenso parásito que acuchillas con un bolígrafo negro, lo maldices, le
hechas la culpa a las cervezas que te tomaste antes de sentarte a escribir,
luego piensas en Poe, habré bebido lo suficiente, luego te arrepientes de haber
nombrado a Poe, pero lo has vuelto a hacer, y crees que es mejor empezar a
tachar, pero la vista se desvía hacia un montículo de monedas que hay sobre el
escritorio, las cuentas, al instante olvidas cuánto dinero era, y de que llevas
mucho tiempo escribiendo sin parar. Escribes, FIN, y lanzas el bolígrafo contra
el montón inexacto de monedas no cuantificadas.
domingo, 21 de septiembre de 2014
lunes, 15 de septiembre de 2014
El Condenado
Siempre creyó que su muerte sería instantánea, indolora y
suave, que en algún momento de su vejez se acabaría la arena de su reloj, después
de haber vivido tanto. La situación era otra, se encontraba en el corredor de
la muerte, en su sala de espera, donde las horas no pasan,
donde la soledad y la muerte están tan presentes que incrementan su
nostalgia, y ésta a su vez la imaginación. Se dejaba llevar y paseaba siendo un
anciano por los campos de cultivo que descubrió siendo niño, se alejaba de las
casas en compañía de un perro tan viejo y gastado como él, disfrutaba de la
música del campo, de la brisa de verano con la confianza que da toda una vida
vivida. Imaginaba ese viejo que sería, lo veía de lejos pasear con su
perro, y otras veces lo encontraba sentado en la antigua estación, por donde ya
no pasan trenes ni viajeros, reunía el coraje de acercarse al viejo,
acariciándole el lomo al perro le preguntaba quién era, y cuando el viejo
respondía, un hombre lloraba en una celda escuchando como el viejo decía su
mismo nombre, y la edad ya no le importaba porque el tiempo hace tiempo dejó de
importar, el hombre profundamente triste, le pedía al viejo que le contase cómo
había sido su vida, pero éste que conoce el lenguaje del silencio sonríe, y el
hombre de la sala de espera entiende que el viejo ha sido feliz, ha sabido
gastar cada gramo de la arena de su reloj con honor, y ahora sólo desea, una noche
cualquiera, dormirse tan profundamente que ya jamás vuelva a despertar. Por eso
el condenado reza cada noche una oración por la muerte del viejo que nunca será.
domingo, 7 de septiembre de 2014
Madre Poema
Poema de madrugada
que esperas a tu descarrilado poeta
en vela,
le muestras el camino
con luces que parpadean en la niebla,
lo esperas, madre poema,
para consolarlo
porque vuelve perdido,
y tu abrazo le merma su rabia,
y tu paz de madrugada lo acompaña
hasta el alba
o hasta que cae dormido, y su alma
de hombre alado descansa.
Madre poema,
que conoces a tus hijos enséñales,
dale experiencias y misterios,
secretos y verdades,
dale sueños,
y un incendio en las entrañas que los haga
vivir.
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