Te despiertas cada día
con la necesidad de que siga siendo ayer, que las horas que has dormido sobre
tu amniótica cama hayan sido apenas un parpadeo, quizás algo prolongado, pero
sólo eso, levantarte y mirar que en el calendario sigue siendo 17 de un mes
intermedio, de tránsito, sin brillo, que siga siendo improrrogablemente ayer,
sentir que tu presente es un perpetuo pasado, para después de vestirte, retomar un camino ya gastado, y ese camino es una metáfora, claro, porque tú no sales
de tu casa, de tu habitación, de tu escritorio, amurallado en tu cuaderno, en
donde cada día vuelves a vivir lo mismo, repasas las líneas, el trazo seco de
las palabras que ya componen una historia en parte triste, a veces alegre, como
siempre al inicio, y tiene sus personajes perdidos y descompuestos que
deambulan por ciudades grises, y a veces
soleadas, que a veces se emborrachan y se insultan, pero también se quieren y
se odian, se sienten de vez en cuando, aunque pueda ser siempre, solas, se sienten
humanas al fin y al cabo, hasta que sin saber cómo encuentran algo, un sentido,
un sendero diminuto para ya no estar perdidos ni descompuestos, y se
ilusionan, se besan, se acarician, se
confirman y confiesan, y disfrutan de ese lapso, atrapados en un pequeño
universo húmedo y cálido, donde todo es y nada debe ser, pero tú sigues
escribiendo, componiendo una historia cruda, humana y sangrienta, donde el frío
existe, la humedad cala los huesos, las
flores se secan y todo lo que alguna vez fue eterno se acaba, entonces los personajes se pierden, se
ignoran, se desvanecen y evaporan, por lo que vuelven a ser caminantes de
ciudades ahora más grises y menos soleadas, pero con el paso de los días
intemporales se acostumbran, o fingen hacerlo, sonríen a sus vecinos, tienen
proyectos que son escusas, y escusas que son mentiras, para llegar al final del
día y refugiarse en una amniótica cama, dormirse profundamente deseando que
mañana sea otra vez ayer, acumular días como una frontera, una costa, o una
espesa y amarga niebla. Tú repasas cada día la misma historia, intentando que
de repente pase algo, y bueno, no te preocupes es normal en los escritores de
tu generación, no han aprendido a poner puntos finales.
Transcribo la respuesta de mi editor al que le niego el fin de mi proyecto, unas palabras entre paternales y furtivas.
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