La plaza es un cuadrado
perfecto en medio de la ciudad, a partir de ella se desarrolla todo, y por lo
tanto todo vuelve allí, no importa que camino elijas, ni el motivo que te lleve
a deambular, ni siquiera el remoto tiempo y esfuerzo que gastes, siempre los
pasos volverán, intuitivamente, hacia el centro de esta urbe de laberintos. Como
en cualquier plaza de este angustiado continente se pasean artesanías y sus
artesanos, monjas y sus devotos, las musas y sus poetas, estafadores y
estafaos, y así un infinito número de protagonistas cotidianos del ruido de la
ciudad. Yo también soy un personaje de esta caótica plaza, aunque en este
momento mi paso aún no ha sido sorprendido por el retorno inesperado. Una
mañana de hace años, o no hace tanto,
decidí, o me vi obligado a tomar el camino de una de las cuatro esquinas de
la plaza en un total de ocho laberintos posibles, ya no recuerdo que camino me
sedujo, la ruta elegida carece absolutamente de sentido una vez tomada, lo que
es relevante es abandonar la plaza. En esta huida casual no he
encontrado nada realmente novedoso, todo lo que he visto, oído o sentido tiene
la huella particular de la plaza de la que escapé, sentimiento que es
compartido con los innumerables escapistas con los que me he cruzado, a ellos
también les provoca una nostalgia insoportable darse cuenta de que las aves del
camino cantan las mismas melodías, quizás a un ritmo distinto, lo mismo les
ocurre al atardecer, cuando los nubes se encienden con la misma intensidad que
en la plaza, quizás no a la misma hora. Por eso el viajero tiene la sensación
de que todo lo que le ha llevado a huir de la plaza lo persigue, y que al fin y
al cabo no ha encontrado nada que no estuviera ya dentro de él, aun así es
incapaz de volver por sus propios medios, tiene que ser la plaza, la ciudad, la
tierra, el continente, quien lo recoja cuidadosamente y lo devuelva
disimuladamente al lugar de la plaza que le pertenece.
domingo, 30 de noviembre de 2014
domingo, 23 de noviembre de 2014
El perfume del bosque
Viene una música de muy lejos,
aun no distingo sus notas pero conozco bien, una música de sueños en sueños, ya
la siento, me envuelve como las nubes a la sierra, es una caricia en esta
oscuridad inmensa por la que me dejo atrapar, no quiero abrir los ojos, no
quiero que la mansa melodía se aleje de golpe y el silencio sea peor que la
niebla, por eso me duermo, me cobijo en un mundo que es sólo mío y de la música, aquí sigo empapado de ella, el piano me dibuja un camino, me lleva por
un bosque de hayas con notas blancas y negras, siento la tierra húmeda ensuciar
mis pies descalzos, revolotean pajaritos sin color y ardillas grises, está
cayendo la tarde opaca, en este paseo sonámbulo creo ser el único habitante de
este bosque quebradizo de mediados de octubre, pero sé que no es la primera vez que me
adentro en este paraíso particular, creo que alguna vez lo hice acompañado, por eso mi
mano aún está caliente de sujetar una mano, como una flor, la huelo con la
esperanza de que en este mundo aún exista su fragancia, intento descifrar el
misterio, soy más poderoso que mi propio sueño, pero la música aumenta su
fuerza y violencia, la orquesta en crescendo,
los violines y violonchelos arremeten contra mi calma, y un viento frío contra
mi desnuda piel, es un sueño, me repito, todo acabará con abrir los
ojos, pero vuelvo a oler mi mano, glicinas grises desojadas, giro atormentado en
esta oscuridad de luna llena, he decidido que caiga la noche y que la única luz
que exista sea la que marca el camino en esta persecución de trompetas y oboes,
intento correr con las manos unidas para que no se escape el aroma fugitivo,
corro ladera arriba, huyo de mi sueño, siento el cansancio en las piernas,
mis pies se hunden en un pesado barro y me doy cuenta de que no ha parado de llover, y la orquesta no cesa, empapado, con los antebrazos me
quito el pelo de la cara, el tesoro aún está a salvo, no sé cuánto más aguantaré
esta carrera por un bosque subconsciente donde me castigo por mantener este
perfume, aunque sea dormido, aunque sea agotado.
domingo, 16 de noviembre de 2014
Relato insignificante III
Comencé a escribir esta
historia mucho antes de ser consciente de ella, no pretendía alcanzar la
magnitud y sobre todo el delirio en que se ha trasformado y me he visto
atrapado, sinceramente pretendía cumplir con mi rutina impuntual de sentarme al
escritorio, y bajo una tenue luz artificial contar unos hecho ficticios que sólo
tienen lugar en mi mente y a causa de esta soledad. Sorbía poco a poco un té
mientras en mi pluma se atropellaban las palabras al salir, fuera pasaba
caminando la medianoche y llovía, algo atípico en esta ciudad, aunque lo común
en estos momentos es que yo decida y maneje las condiciones a mi antojo. No
había encontrado excusas, o no había sabido apreciarlas, para evitar este
solitario oficio de inventar historias mínimas, llevaba semanas sin el tiempo ni las ganas suficientes, esta noche me encontraba descansado y en paz, aunque en
principio sin una crónica o cuento en mente que narrar, pero de eso han pasado
ya varias horas. Al rato de estar enfrentado al blanco papel recordé el mito de
Erisictón o Eresictón, quien fue condenado por Deméter, no sin motivos, al
hambre perpetuo, a causa de esto tuvo que vender todo lo que poseía para
intentar saciar lo insaciable, incluso vendió a su hija, Mestra, varias veces. El caso de Eresictón fue sin duda una de las primeras adicciones documentadas, y
en este caso no tuvo desenlace feliz, ya que el protagonista acabó devorándose
a sí mismo, como cualquier adicto. El tema de la dependencia no es el que
verdaderamente ha preocupado a los interesados por el desgraciado Rey de
Tesalia, sino que han debatido, y aun debaten, cuál es el momento exacto de la
muerte en el caso del autocanibalismo, algo absurdo ya que todo el mundo sabe
que un mito perece cuando su protagonista una vez ha arrancado su corazón, y
después de mirarlo con una inesperada ternura no puede reprimirse y comienza a
devorarlo, manteniéndose vivo y hambriento hasta el último bocado. El mito de
Erisictón me llevó apenas unos minutos en transcribirlo, pero largas horas de
documentación, descartar y seleccionar fuentes fiables sobre un tema tan
maleable como la mitología mediterránea. Cuando dejé atrás las fantasías de
la antigua Grecia y su superfluo estudio me encontré ante el mismo problema que
al principio, habían transcurrido incontables horas, no había rastro del té y
mucho menos de las excusas, ya a esta hora nadie llamaría, fuera, decidí que
seguiría lloviendo, una lluvia leve como no podía ser de otra manera, pero
constante, una noche sin estrellas y sobre todo sin viajeros estelares. El problemas
de los escritores, reflexioné, hoy en día, es encontrar una historia propia y
original, el problema de editoriales, sueldos, necesidades básicas, son siempre
problemas derivados del primero y primitivo. Hace años era mucho más fácil,
había mucho menos escrito, menos imaginado, haciendo cálculos a la ligera, del
cien por cien de la imaginación posible de la humanidad ya se ha utilizado
cerca del noventa por ciento, algo escandaloso, por lo que el diez por ciento
restante debe repartirse en la cantidad nunca antes contabilizada de seres
humanos vivos e imaginantes, pero ese restante sigue siendo desesperadamente
incalculable, y así me encuentro encadenado a una imaginación colectiva y
consumida de miles de millones, peleando cada centímetro de territorio
ficticio, pretendiendo demostrar que no existen cifras ni barómetros, lo ya
inventado se puede reinventar, lo soñado se puede imitar, quedan muchos
corazones por devorar, y justo cuando aún no es la hora empieza amanecer, y los
soles de oriente y occidente me piden permiso para secar las calles que esta
noche empapé, les concedo el deseo pero no les prometo no cambiar de opinión, como
tampoco prometo abandonar estas páginas a la deriva después de tantas horas de
maltrato racional, con lo fácil que hubiese sido escribir el relato de un
náufrago y su odisea, pero aunque aquí no hay mar ni tempestad, mi barca se
niega a detenerse en ningún punto final, soy empujado por una insignificante
brisa de palabras, tachones y renglones, y verdades que me miento, y mentiras que
me creo, ya no sé qué oficio darle al autor de lo que escribo, como tampoco sé
pedirle a los personajes que sean piadosos con su inexperto creador, no sé o no
sabemos, ni el escritor ni yo, dirigirnos al invisible público que se sienta ahí, en lo más oscuro del terreno sombrío de la habitación. Aun no sale el Sol, el
de verdad, el que no se deja controlar por la tinta de mi pluma, que por más
que suplique; ¡Sol, Sol!, no vendrá a calentarme y a iluminar este relato
inconsciente, descontrolado, construido, destruido, mezclado y absurdo, en esta
noche de lluvia aún más absurda en el desierto.
domingo, 9 de noviembre de 2014
Dioses personales
No me preocupa salir de aquí,
abandonar este recinto de piel y huesos que el tiempo se encargará de
erosionar, me siento cómodo, el cuerpo que aún habito es joven y vigoroso, los
otros cuerpos que habité también lo fueron. Muchas noches antes de acostarse, al mirarse al espejo siento
como si me estuviera mirando, como si sospechara que existo, aunque él sólo
mira el infinito que ocultan sus ojos marrones, yo tiemblo de miedo dentro de
él, nunca me habían seducido así unos ojos, por eso me escondo en su inmenso
abismo, aunque sé que es imposible, nunca nadie ha visto lo que lleva dentro,
aunque él está ahí, frente a su reflejo indagando, incluso puedo sentir las ganas que tiene de
gritar, de gritarme, si supiese que existo, ¡sal, cobarde, déjame libre!, pero
nunca grita, quizás tenga tanto miedo como yo a una respuesta, en el fondo no
tiene elección, exista o no, debo permanecer en este estado un tiempo
externamente definido, es él y su cuerpo los que no podrán seguir sin mí. A mí
en cambio me han condenado para siempre, un eterno camino. Cuando el cuerpo que
ocupo está a punto de morir siento una inmensa pena, siento como un tesoro
cultivado durante años se pierde en las profundidades del mar, pero la pena
dura apenas un segundo porque ya he vuelto a nacer y a usurpar otro cuerpo y
otra mente que descubrirán el mundo, el mismo que yo detesto y que nunca
abandonaré. Siento envidia de cómo siendo niños disfrutan de una libertad
auténtica y real, vacía de los miedos que irán adquiriendo con cada tropiezo. Me
emociona el momento en que descubren el amor, y lo sienten como único, porque
sólo ellos tienen esa capacidad, ya que morirán, pero es triste para ellos, aunque intenten ignorarlo, descubrir que sólo hay un amor que se repite
una y otra vez, más tarde se convierten en adultos, y si no enloquecen, se
enfrentan a este salvaje mundo con intenciones de vencer, y esa lucha
incansable dura hasta la muerte. Algunos en su vejez descubren que todo lo que
han padecido y gozado ha llegado a su fin, y por tanto ha merecido la pena
vivir, ha sido solamente un camino que no volverá a repetirse, han tenido miles
de encrucijadas donde desviarse, encontrarse, dejarse, inventarse, sentirse y
por último morirse. En el fondo del espejo, en el interior de sus ojos, me veo
y me debato, aunque las preguntas para mí no tengan sentido, porque las
respuestas que me dé serán inocuas con el tiempo, así me excuso siempre, la
falta de límites es mi condena, la eternidad mi cadena, soy un dios pequeño,
inmensamente insignificante, los cuerpos que habité fueron emperadores,
filósofos, vagabundos o simples buscavidas, y yo siempre fui ese reflejo divino
que cada hombre llevó dentro. Yo enterré infinitos tesoros que nunca
disfruté.
domingo, 2 de noviembre de 2014
Sofía
Cuando la conocí ella se
balanceaba, su vida era un constante ir y venir, ignoraba absolutamente su quehacer
diario. A veces cuando hablaba de sí misma me parecía que hablaba de distintas
personas, todas sin ninguna aparente conexión racional, me contaba a veces de
su proyecto de instalar un pequeño taller artístico donde además exponer obras
suyas y de otros pseudoartístas, como ella los llamaba, minutos más tarde
cambiaba de tercio y me contaba su plan de estafar a un banco, y con el
dinero exiliarse en algún país donde las mujeres no fuesen tratadas como mercancías,
nunca la escuche referirse a ninguno en particular. Lo cierto es que a mí me divertían
sus histerias e historias, en mi inmensa inconsciencia de aquellos años, años en
los que no recuerdo muy bien de que vivía, seguramente mi padre se disculpaba
de sus años de abandono familiar depositando periódicamente una cantidad en mi
cuenta, que yo no me preocupaba en rechazar o aceptar, simplemente de vivir de
ella, podemos resumir que por aquel entonces mi vida era un oasis en medio de
una ciudad que se derrumbaba, no tenía preocupaciones económicas y mucho menos
emocionales, supongo que yo también me balanceaba de aquí para allá, y por lo
general hacia ninguna parte.
Nos encontrábamos cuando ella
quería, veíamos las películas que ella decidía y me dejaba coger de una manera
libre, me dejaba llevar, no por dependencia emocional, ni por el hecho de ser
ella el único contacto con el universo erótico por aquel entonces, era simplemente
porque no tenía ninguna excusa
suficientemente buena para rechazar sus invitaciones, y sinceramente tampoco me
preocupaba en buscarla. Los días de lluvia siempre se presentaba en mi casa,
empapada y sonriente, me decía que justo pasaba por allí cuando la sorprendió
el aguacero, yo, sin embargo, creo que su instinto primitivo la obligaba a
deambular bajo la lluvia, una manera de limpiarse o purificarse; luego de que
la desvistiera, la secase y le transmitiese un poco de calor empezaba a
arremeter contra el mundo, ese feroz machista y misógino que se empeñaba en
exterminarlas a todas, luego lloraba un poco y mientras la intentaba consolar,
insensato de mí, empezaba a besarme por todo el cuerpo como si tuviera
que agradecerme todo aquello que yo desinteresadamente le daba, por un
instante intentaba hacerle entender que no era necesario que me agradeciera
nada, que ella era mi amiga y los amigos estábamos para eso, pero los besos subían
de intensidad y terminábamos revolcándonos
por ese colchón frío sobre el suelo que era mi cama. Así transcurrían las semanas
y los meses con una sincronización perfecta basada, obviamente, en sus estados de
ánimo, ya que yo por mi cuenta nunca le exigía nada, para mí la vida se desarrollaba
de una manera feliz y sin preocupaciones, quien era yo para sumarle
incomodidades de tipo formal.
Mis quehaceres diarios no suponían más de 2 o 3
horas, por lo que el resto del tiempo lo consumía arbitrariamente en deambular
por una ciudad paralizada en el tiempo, y la lectura mundana de autores poco conocidos
y por lo general mal traducidos, pero no me preocupaba ya que era una simple
distracción, siempre a la espera de que ella apareciera mojada y feliz. Algunas noches
salía, siempre por invitación de algún compañero de la facultad que se
compadecía del chico extranjero en una ciudad inhóspita, yo aceptaba y me
dejaba llevar. En esas fiestas conseguía mimetizarme con el
ambiente, durante el tiempo suficiente y con la precisa ingesta de alcohol,
incluso alguna muchacha se fijaba en mí, tal vez por curiosidad hacia lo nuevo,
aunque seguramente por aburrimiento y soledad, lo que nos conducía a una noche
torpe y fugaz de sexo, que nunca se extendía más allá de las 9 o 10 de la
mañana, cuando ellas, en una mezcla de vergüenza y resaca. abandonaban mi casa,
con la intensión de no volver jamás, algo que me aliviaba descomunalmente, ya
que me sentía incapaz de compartir algo más con esas muchachas que no fuese
aquello que el alcohol nos llevase a hacer. Sin embargo con Sofía tenía un vínculo
mayor, que ella, sospechaba yo, se había
preocupado en construir; no recuerdo bien cómo la conocí, suelo pensar que me
la presentaron en alguna clase, y ella luego se ocupó en hacernos coincidir
otras veces y que esos encuentros engendraran una complicidad o vínculo que le
permitieran presentarse en mi casa a la hora que fuese y sin ningún motivo
concreto. Una vez me dijo que vivía por la zona sur de la ciudad, por donde nunca me atreví a pasar, el
riachuelo era la frontera de mi paseos, por miedo a encontrarla y conocer algo
de ella que ella misma no quisiera que yo supiese, su lugar de trabajo, su
encuentro con otro amante, si lo tuviera, por lo tanto nunca me preocupé por
saber exactamente donde dormía las noche, que según ella no se refugiaba conmigo,
y es que sí, a veces sí lograba que me sintiera su protector, un guardián
valiente que se enfrentaba a lo desconocido, porque su miedo para mí era una gran
incógnita que nunca averigüé, era un pacto tácito, yo no hacía preguntas y ella
no me informaba sobre lo real de su vida, eso hacía que me imaginase mil
vidas distintas de ella fuera de aquellas paredes, cualquier detalle despegaba mi
imaginación, y aún hoy lo hace, cuando mi vida ya tiene un orden, el balanceo ha cesado,
y gasto mis días en criar a mis hijos y amar a mi mujer, imagino qué habrá sido
de ella, desapareció de la misma manera que llegó, echo de menos la lluvia que anunciaba su
llegada, y sus huidas, creo que la amé, imposible no amar a una mujer que se
encontraba segura en mis brazos, aunque no supiese quien era, aunque todo lo que me
dijese fuesen fantasías suyas, aunque el único modo que tengo de acordarme de
ella sea ficticio.
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