domingo, 9 de noviembre de 2014

Dioses personales

No me preocupa salir de aquí, abandonar este recinto de piel y huesos que el tiempo se encargará de erosionar, me siento cómodo, el cuerpo que aún habito es joven y vigoroso, los otros cuerpos que habité también lo fueron. Muchas noches antes de acostarse, al mirarse al espejo siento como si me estuviera mirando, como si sospechara que existo, aunque él sólo mira el infinito que ocultan sus ojos marrones, yo tiemblo de miedo dentro de él, nunca me habían seducido así unos ojos, por eso me escondo en su inmenso abismo, aunque sé que es imposible, nunca nadie ha visto lo que lleva dentro, aunque él está ahí, frente a su reflejo indagando, incluso puedo sentir las ganas que tiene de gritar, de gritarme, si supiese que existo, ¡sal, cobarde, déjame libre!, pero nunca grita, quizás tenga tanto miedo como yo a una respuesta, en el fondo no tiene elección, exista o no, debo permanecer en este estado un tiempo externamente definido, es él y su cuerpo los que no podrán seguir sin mí. A mí en cambio me han condenado para siempre, un eterno camino. Cuando el cuerpo que ocupo está a punto de morir siento una inmensa pena, siento como un tesoro cultivado durante años se pierde en las profundidades del mar, pero la pena dura apenas un segundo porque ya he vuelto a nacer y a usurpar otro cuerpo y otra mente que descubrirán el mundo, el mismo que yo detesto y que nunca abandonaré. Siento envidia de cómo siendo niños disfrutan de una libertad auténtica y real, vacía de los miedos que irán adquiriendo con cada tropiezo. Me emociona el momento en que descubren el amor, y lo sienten como único, porque sólo ellos tienen esa capacidad, ya que morirán, pero es triste para ellos, aunque intenten ignorarlo, descubrir que sólo hay un amor que se repite una y otra vez, más tarde se convierten en adultos, y si no enloquecen, se enfrentan a este salvaje mundo con intenciones de vencer, y esa lucha incansable dura hasta la muerte. Algunos en su vejez descubren que todo lo que han padecido y gozado ha llegado a su fin, y por tanto ha merecido la pena vivir, ha sido solamente un camino que no volverá a repetirse, han tenido miles de encrucijadas donde desviarse, encontrarse, dejarse, inventarse, sentirse y por último morirse. En el fondo del espejo, en el interior de sus ojos, me veo y me debato, aunque las preguntas para mí no tengan sentido, porque las respuestas que me dé serán inocuas con el tiempo, así me excuso siempre, la falta de límites es mi condena, la eternidad mi cadena, soy un dios pequeño, inmensamente insignificante, los cuerpos que habité fueron emperadores, filósofos, vagabundos o simples buscavidas, y yo siempre fui ese reflejo divino que cada hombre llevó dentro. Yo enterré infinitos tesoros que nunca disfruté.

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