domingo, 2 de noviembre de 2014

Sofía

Cuando la conocí ella se balanceaba, su vida era un constante ir y venir, ignoraba absolutamente su quehacer diario. A veces cuando hablaba de sí misma me parecía que hablaba de distintas personas, todas sin ninguna aparente conexión racional, me contaba a veces de su proyecto de instalar un pequeño taller artístico donde además exponer obras suyas y de otros pseudoartístas, como ella los llamaba, minutos más tarde cambiaba de tercio y me contaba su plan de estafar a un banco, y con el dinero exiliarse en algún país donde las mujeres no fuesen tratadas como mercancías, nunca la escuche referirse a ninguno en particular. Lo cierto es que a mí me divertían sus histerias e historias, en mi inmensa inconsciencia de aquellos años, años en los que no recuerdo muy bien de que vivía, seguramente mi padre se disculpaba de sus años de abandono familiar depositando periódicamente una cantidad en mi cuenta, que yo no me preocupaba en rechazar o aceptar, simplemente de vivir de ella, podemos resumir que por aquel entonces mi vida era un oasis en medio de una ciudad que se derrumbaba, no tenía preocupaciones económicas y mucho menos emocionales, supongo que yo también me balanceaba de aquí para allá, y por lo general hacia ninguna parte.
Nos encontrábamos cuando ella quería, veíamos las películas que ella decidía y me dejaba coger de una manera libre, me dejaba llevar, no por dependencia emocional, ni por el hecho de ser ella el único contacto con el universo erótico por aquel entonces, era simplemente porque  no tenía ninguna excusa suficientemente buena para rechazar sus invitaciones, y sinceramente tampoco me preocupaba en buscarla. Los días de lluvia siempre se presentaba en mi casa, empapada y sonriente, me decía que justo pasaba por allí cuando la sorprendió el aguacero, yo, sin embargo, creo que su instinto primitivo la obligaba a deambular bajo la lluvia, una manera de limpiarse o purificarse; luego de que la desvistiera, la secase y le transmitiese un poco de calor empezaba a arremeter contra el mundo, ese feroz machista y misógino que se empeñaba en exterminarlas a todas, luego lloraba un poco y mientras la intentaba consolar, insensato de mí, empezaba a besarme por todo el cuerpo como si tuviera que agradecerme todo aquello que yo desinteresadamente le daba, por un instante intentaba hacerle entender que no era necesario que me agradeciera nada, que ella era mi amiga y los amigos estábamos para eso, pero los besos subían de intensidad  y terminábamos revolcándonos por ese colchón frío sobre el suelo que era mi cama. Así transcurrían las semanas y los meses con una sincronización perfecta basada, obviamente, en sus estados de ánimo, ya que yo por mi cuenta nunca le exigía nada, para mí la vida se desarrollaba de una manera feliz y sin preocupaciones, quien era yo para sumarle incomodidades de tipo formal.
 Mis quehaceres diarios no suponían más de 2 o 3 horas, por lo que el resto del tiempo lo consumía arbitrariamente en deambular por una ciudad paralizada en el tiempo, y la lectura mundana de autores poco conocidos y por lo general mal traducidos, pero no me preocupaba ya que era una simple distracción, siempre a la espera de que ella apareciera mojada y feliz. Algunas noches salía, siempre por invitación de algún compañero de la facultad que se compadecía del chico extranjero en una ciudad inhóspita, yo aceptaba y me dejaba llevar. En esas fiestas conseguía mimetizarme con el ambiente, durante el tiempo suficiente y con la precisa ingesta de alcohol, incluso alguna muchacha se fijaba en mí, tal vez por curiosidad hacia lo nuevo, aunque seguramente por aburrimiento y soledad, lo que nos conducía a una noche torpe y fugaz de sexo, que nunca se extendía más allá de las 9 o 10 de la mañana, cuando ellas, en una mezcla de vergüenza y resaca. abandonaban mi casa, con la intensión de no volver jamás, algo que me aliviaba descomunalmente, ya que me sentía incapaz de compartir algo más con esas muchachas que no fuese aquello que el alcohol nos llevase a hacer. Sin embargo con Sofía tenía un vínculo mayor, que  ella, sospechaba yo, se había preocupado en construir; no recuerdo bien cómo la conocí, suelo pensar que me la presentaron en alguna clase, y ella luego se ocupó en hacernos coincidir otras veces y que esos encuentros engendraran una complicidad o vínculo que le permitieran presentarse en mi casa a la hora que fuese y sin ningún motivo concreto. Una vez me dijo que vivía por la zona sur de la ciudad,  por donde nunca me atreví a pasar, el riachuelo era la frontera de mi paseos, por miedo a encontrarla y conocer algo de ella que ella misma no quisiera que yo supiese, su lugar de trabajo, su encuentro con otro amante, si lo tuviera, por lo tanto nunca me preocupé por saber exactamente donde dormía las noche, que según ella no se refugiaba conmigo, y es que sí, a veces sí lograba que me sintiera su protector, un guardián valiente que se enfrentaba a lo desconocido, porque su miedo para mí era una gran incógnita que nunca averigüé, era un pacto tácito, yo no hacía preguntas y ella no me informaba sobre lo real de su vida, eso hacía que me imaginase mil vidas distintas de ella fuera de aquellas paredes, cualquier detalle despegaba mi imaginación, y aún hoy lo hace, cuando mi vida ya tiene un orden, el balanceo ha cesado, y gasto mis días en criar a mis hijos y amar a mi mujer, imagino qué habrá sido de ella, desapareció de la misma manera que llegó, echo de menos la lluvia que anunciaba su llegada, y sus huidas, creo que la amé, imposible no amar a una mujer que se encontraba segura en mis brazos, aunque no supiese quien era, aunque todo lo que me dijese fuesen fantasías suyas, aunque el único modo que tengo de acordarme de ella sea ficticio. 

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