domingo, 16 de noviembre de 2014

Relato insignificante III

Comencé a escribir esta historia mucho antes de ser consciente de ella, no pretendía alcanzar la magnitud y sobre todo el delirio en que se ha trasformado y me he visto atrapado, sinceramente pretendía cumplir con mi rutina impuntual de sentarme al escritorio, y bajo una tenue luz artificial contar unos hecho ficticios que sólo tienen lugar en mi mente y a causa de esta soledad. Sorbía poco a poco un té mientras en mi pluma se atropellaban las palabras al salir, fuera pasaba caminando la medianoche y llovía, algo atípico en esta ciudad, aunque lo común en estos momentos es que yo decida y maneje las condiciones a mi antojo. No había encontrado excusas, o no había sabido apreciarlas, para evitar este solitario oficio de inventar historias mínimas, llevaba semanas sin el tiempo ni las ganas suficientes, esta noche me encontraba descansado y en paz, aunque en principio sin una crónica o cuento en mente que narrar, pero de eso han pasado ya varias horas. Al rato de estar enfrentado al blanco papel recordé el mito de Erisictón o Eresictón, quien fue condenado por Deméter, no sin motivos, al hambre perpetuo, a causa de esto tuvo que vender todo lo que poseía para intentar saciar lo insaciable, incluso vendió a su hija, Mestra, varias veces. El caso de Eresictón fue sin duda una de las primeras adicciones documentadas, y en este caso no tuvo desenlace feliz, ya que el protagonista acabó devorándose a sí mismo, como cualquier adicto. El tema de la dependencia no es el que verdaderamente ha preocupado a los interesados por el desgraciado Rey de Tesalia, sino que han debatido, y aun debaten, cuál es el momento exacto de la muerte en el caso del autocanibalismo, algo absurdo ya que todo el mundo sabe que un mito perece cuando su protagonista una vez ha arrancado su corazón, y después de mirarlo con una inesperada ternura no puede reprimirse y comienza a devorarlo, manteniéndose vivo y hambriento hasta el último bocado. El mito de Erisictón me llevó apenas unos minutos en transcribirlo, pero largas horas de documentación, descartar y seleccionar fuentes fiables sobre un tema tan maleable como la mitología mediterránea. Cuando dejé atrás las fantasías de la antigua Grecia y su superfluo estudio me encontré ante el mismo problema que al principio, habían transcurrido incontables horas, no había rastro del té y mucho menos de las excusas, ya a esta hora nadie llamaría, fuera, decidí que seguiría lloviendo, una lluvia leve como no podía ser de otra manera, pero constante, una noche sin estrellas y sobre todo sin viajeros estelares. El problemas de los escritores, reflexioné, hoy en día, es encontrar una historia propia y original, el problema de editoriales, sueldos, necesidades básicas, son siempre problemas derivados del primero y primitivo. Hace años era mucho más fácil, había mucho menos escrito, menos imaginado, haciendo cálculos a la ligera, del cien por cien de la imaginación posible de la humanidad ya se ha utilizado cerca del noventa por ciento, algo escandaloso, por lo que el diez por ciento restante debe repartirse en la cantidad nunca antes contabilizada de seres humanos vivos e imaginantes, pero ese restante sigue siendo desesperadamente incalculable, y así me encuentro encadenado a una imaginación colectiva y consumida de miles de millones, peleando cada centímetro de territorio ficticio, pretendiendo demostrar que no existen cifras ni barómetros, lo ya inventado se puede reinventar, lo soñado se puede imitar, quedan muchos corazones por devorar, y justo cuando aún no es la hora empieza amanecer, y los soles de oriente y occidente me piden permiso para secar las calles que esta noche empapé, les concedo el deseo pero no les prometo no cambiar de opinión, como tampoco prometo abandonar estas páginas a la deriva después de tantas horas de maltrato racional, con lo fácil que hubiese sido escribir el relato de un náufrago y su odisea, pero aunque aquí no hay mar ni tempestad, mi barca se niega a detenerse en ningún punto final, soy empujado por una insignificante brisa de palabras, tachones y renglones, y verdades que me miento, y mentiras que me creo, ya no sé qué oficio darle al autor de lo que escribo, como tampoco sé pedirle a los personajes que sean piadosos con su inexperto creador, no sé o no sabemos, ni el escritor ni yo, dirigirnos al invisible público que se sienta ahí, en lo más oscuro del terreno sombrío de la habitación. Aun no sale el Sol, el de verdad, el que no se deja controlar por la tinta de mi pluma, que por más que suplique; ¡Sol, Sol!, no vendrá a calentarme y a iluminar este relato inconsciente, descontrolado, construido, destruido, mezclado y absurdo, en esta noche de lluvia aún más absurda en el desierto.

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