Comencé a escribir esta
historia mucho antes de ser consciente de ella, no pretendía alcanzar la
magnitud y sobre todo el delirio en que se ha trasformado y me he visto
atrapado, sinceramente pretendía cumplir con mi rutina impuntual de sentarme al
escritorio, y bajo una tenue luz artificial contar unos hecho ficticios que sólo
tienen lugar en mi mente y a causa de esta soledad. Sorbía poco a poco un té
mientras en mi pluma se atropellaban las palabras al salir, fuera pasaba
caminando la medianoche y llovía, algo atípico en esta ciudad, aunque lo común
en estos momentos es que yo decida y maneje las condiciones a mi antojo. No
había encontrado excusas, o no había sabido apreciarlas, para evitar este
solitario oficio de inventar historias mínimas, llevaba semanas sin el tiempo ni las ganas suficientes, esta noche me encontraba descansado y en paz, aunque en
principio sin una crónica o cuento en mente que narrar, pero de eso han pasado
ya varias horas. Al rato de estar enfrentado al blanco papel recordé el mito de
Erisictón o Eresictón, quien fue condenado por Deméter, no sin motivos, al
hambre perpetuo, a causa de esto tuvo que vender todo lo que poseía para
intentar saciar lo insaciable, incluso vendió a su hija, Mestra, varias veces. El caso de Eresictón fue sin duda una de las primeras adicciones documentadas, y
en este caso no tuvo desenlace feliz, ya que el protagonista acabó devorándose
a sí mismo, como cualquier adicto. El tema de la dependencia no es el que
verdaderamente ha preocupado a los interesados por el desgraciado Rey de
Tesalia, sino que han debatido, y aun debaten, cuál es el momento exacto de la
muerte en el caso del autocanibalismo, algo absurdo ya que todo el mundo sabe
que un mito perece cuando su protagonista una vez ha arrancado su corazón, y
después de mirarlo con una inesperada ternura no puede reprimirse y comienza a
devorarlo, manteniéndose vivo y hambriento hasta el último bocado. El mito de
Erisictón me llevó apenas unos minutos en transcribirlo, pero largas horas de
documentación, descartar y seleccionar fuentes fiables sobre un tema tan
maleable como la mitología mediterránea. Cuando dejé atrás las fantasías de
la antigua Grecia y su superfluo estudio me encontré ante el mismo problema que
al principio, habían transcurrido incontables horas, no había rastro del té y
mucho menos de las excusas, ya a esta hora nadie llamaría, fuera, decidí que
seguiría lloviendo, una lluvia leve como no podía ser de otra manera, pero
constante, una noche sin estrellas y sobre todo sin viajeros estelares. El problemas
de los escritores, reflexioné, hoy en día, es encontrar una historia propia y
original, el problema de editoriales, sueldos, necesidades básicas, son siempre
problemas derivados del primero y primitivo. Hace años era mucho más fácil,
había mucho menos escrito, menos imaginado, haciendo cálculos a la ligera, del
cien por cien de la imaginación posible de la humanidad ya se ha utilizado
cerca del noventa por ciento, algo escandaloso, por lo que el diez por ciento
restante debe repartirse en la cantidad nunca antes contabilizada de seres
humanos vivos e imaginantes, pero ese restante sigue siendo desesperadamente
incalculable, y así me encuentro encadenado a una imaginación colectiva y
consumida de miles de millones, peleando cada centímetro de territorio
ficticio, pretendiendo demostrar que no existen cifras ni barómetros, lo ya
inventado se puede reinventar, lo soñado se puede imitar, quedan muchos
corazones por devorar, y justo cuando aún no es la hora empieza amanecer, y los
soles de oriente y occidente me piden permiso para secar las calles que esta
noche empapé, les concedo el deseo pero no les prometo no cambiar de opinión, como
tampoco prometo abandonar estas páginas a la deriva después de tantas horas de
maltrato racional, con lo fácil que hubiese sido escribir el relato de un
náufrago y su odisea, pero aunque aquí no hay mar ni tempestad, mi barca se
niega a detenerse en ningún punto final, soy empujado por una insignificante
brisa de palabras, tachones y renglones, y verdades que me miento, y mentiras que
me creo, ya no sé qué oficio darle al autor de lo que escribo, como tampoco sé
pedirle a los personajes que sean piadosos con su inexperto creador, no sé o no
sabemos, ni el escritor ni yo, dirigirnos al invisible público que se sienta ahí, en lo más oscuro del terreno sombrío de la habitación. Aun no sale el Sol, el
de verdad, el que no se deja controlar por la tinta de mi pluma, que por más
que suplique; ¡Sol, Sol!, no vendrá a calentarme y a iluminar este relato
inconsciente, descontrolado, construido, destruido, mezclado y absurdo, en esta
noche de lluvia aún más absurda en el desierto.
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