Estoy embarazada, susurro
en su oído dormido como un grito mudo, él había llegado tarde, cuando ella dormía,
ella se marchaba temprano, cuando él dormía, sus rutinas se cruzaban apenas,
ambos vivían casi ajenos bajo el mismo techo. Esa era su vida desde que
atravesaron de la mano la puerta automática de metal gris, transmitiéndose toda
la fuerza que podían, aquella que intentaban alejar del miedo que reflejaban
sus ojos, se sonrieron, o eso creyeron, una vez en la calle del nuevo país. No
naufragaron, no se precipitaron desde 15 metros, nadie los traficó, no viajaron
entre cajas en un carguero de conservas, carbón o basura fabricada, no les
recorrió el sudor desde el cogote hasta las piernas, no fue traumático, incluso
le ofrecieron un refresco en mitad del vuelo. Del otro lado de la puerta de
metal nadie los esperaba, uno descubrió, entre la multitud de luces y caras, un
cartel de bienvenida, formal, de un país formal. Abandonaron el aeropuerto
descompuestos por la marea de gente y nervios, asustados pero hasta entonces unidos. Sintieron el cambio de temperatura, llegaban de un lugar cálido y
agónico, llegaban a un lugar templado y seguro. En un arrugado papel cargaban
las instrucciones, los contactos, que les ayudarían a encontrar un trabajo con
el que comer y abandonarse, y una pequeña bohardilla donde dormir y exiliarse,
el resto era un laberinto de edificios ordenados y palabras.
Él no recordaría aquella
confesión, ni la imaginaría jamás, tampoco encontraría signos, ni huella en alguna
frase del imaginario diario que ella escribía, pero todo sucedió una noche,
fría como todas, de hacía dos meses, después del trabajo se encontraron en un
bar cercano a casa, una salida rutinaria, se besaron sin pasión, bebieron las
primeras cervezas contándose las nimiedades de la vida laboral, ella no le
contó que pensó en los nenúfares de
Monet, y que estos ya no les parecían las obras más hermosas del mundo, él no le
contó que suponía que la filosofía de la praxis era la mayor estafa burguesa.
Había dedicado toda su vida anterior a recordar conceptos y teorías, a la sobrealimentación
intelectual, a ilusionarse, sin imaginar que luego todo eso se convertiría en
una pesada carga, no lo necesitaban para limpiar escaleras, ni freír patatas.
Discutieron, como siempre últimamente, se insultaron, se odiaron, se culparon
en silencio de la soledad que compartían, y finalmente, borrachos, llenos de
ira, hicieron el amor, intentando recordar cómo fueron, lo que creyeron, y en
que se amaron alguna vez como jamás volverían a hacerlo.
Ella llevaba semanas con
nauseas y mareos, en los que no quería pensar, ni informarle, no confiaba en él,
no confiaba en ella, pensaba en el mundo que no tenía para ofrecerle a ese
hijo, en el tiempo que no tenía, en el amor que no tenía, en el padre a quien
no recordaba amar, por eso para él el embarazo solo fue un susurro, aquella
misma mañana abortaría, aquella mañana no nacería el Mesías, el hijo de Dios se
derramaría sangre entre las piernas de una mujer triste, nadie festejaría 2000
años después el nacimiento del salvador de la humanidad, ellos no serían
recordados como una dulce virgen y su fiel artesano.
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